GRANDES REPORTAJES
Mamá y el señor x
Durante siglos, las mujeres sin pareja, fija o esporádica, tuvieron que renunciar al sueño de la maternidad. Ya no. El reloj biológico apremia, y cientos de españolas recurren cada año a la donación de semen para tener hijos naturales. ¿Y el amor? Que llegue cuando tenga que llegar. Por Carmen Pérez-Lanzac
CARMEN PÉREZ-LANZAC
EL PAIS SEMANAL - 22-10-2006
María remueve el café con la cucharilla. Echa un vistazo al lugar
de su antebrazo por donde hace media hora entró la jeringuilla. Suspira.
“Dentro de dos horas me llaman. Si es positivo me cojo el día libre
y voy a ver a mis hermanas, que no saben nada. Después llamaré
a mi mejor amigo. Hace dos semanas que no hablo con él porque me pone
frenética. ¡Qué emoción! Ahora tengo que pensar en
las cosas buenas. En las negativas ya lo he hecho. ¿Cuáles? Que
otra cosa más que tengo que hacer sola, que por qué yo. Una amiga
me dijo el otro día: ‘Anda que cuando llegue tu príncipe
azul te va a encontrar con el piso, el coche, el niño…”.
Dos semanas antes un ginecólogo introdujo en la vagina de esta madrileña
de 34 años alta, rubia, robusta y extrovertida, sin pareja, pero decidida
a ser madre, una muestra de esperma de un desconocido. Unos días más
tarde, frente a una cerveza sin alcohol –“por si acaso ya estoy
embaraza”– María (nombre ficticio) se sinceraba, emocionada:
“Por suerte o por desgracia no me ha ido bien con los hombres. No salgo
por ahí a ligar, estoy cansada de eso. Claro que me ha costado hacerme
a la idea. Nos han educado con el ideal del papá y la mamá. Antes
las mujeres como yo eran las solteronas. Se tenían que resignar. Pero
ahora, ¿por qué voy a resignarme? El año pasado cumplí
varias cuentas pendientes: empecé a colaborar con una ONG, fui de voluntaria
al Amazonas. Fíjate si tenía presente lo de ser mamá que
me compré un coche con cinco puertas y completé una colección
de películas infantiles. Entonces me dije que había llegado la
hora”.
“Entonces” fue en noviembre de 2005. Con la idea tomando forma en
su cabeza, María se conectó a Internet. “Madres solteras”,
buscó en Google. “Madres solteras por reproducción asistida”.
“Madres solteras por elección”. ¡Bingo! Entre los resultados
apareció un pequeño foro cuya presentación decía:
“Has llegado al punto de encuentro de quienes son o quieren ser mamás
solteras por elección. La mayoría de nosotras tenemos más
de 30 años y estamos sin pareja, no por tener algo contra los hombres,
sino porque el reloj biológico hace oír su tictac y aún
no apareció el hombre con quien podamos formar nuestra familia (…).
Cuando decides tener un hijo sola, no tienes que renunciar al sueño de
la familia con casita y con jardín. Sólo que deberás cortar
el césped tú misma”.
Cristina Camarena, una valenciana decidida también a ir “por libre”
después de dos años de citas sin resultado, hizo meses antes la
misma operación. Encontró mucha información en español
para parejas con problemas de esterilidad, pero ninguna para ella. En el foro
de una clínica privada de reproducción coincidió con Rosanna
Romaní, una barcelonesa de 39 años que, animada por su ginecóloga,
había empezado a documentarse y estaba tan perdida como ella. Juntas
continuaron la búsqueda. Un día, alguien con el apodo Mamafeliz,
les contestó: “Yo tuve a mi hijo sola y por inseminación”.
“Se tiraron a hacerme preguntas como locas”, recuerda Sylvia Norman,
alias Mamafeliz, una uruguaya afincada en Jerusalén. Sylvia contaba con
varias ventajas: experiencia y ocho años de reflexión. En 1999,
a los 40 años, dio a luz a Tomer, un niño concebido por inseminación
de donante de semen después de descartar “por terribles”
las otras opciones: “Robar a un amante ocasional, casarme sin amor o renunciar
a concebir”. “Rosanna y Cris estaban sedientas de información”,
cuenta por teléfono. “Y así, para dar respuesta a otras
mujeres en la misma situación, nació nuestro pequeño foro”.
Al día siguiente de su primera inseminación, María volvió
a la clínica Tambre, en Madrid, a repetir la operación y aumentar
las posibilidades de embarazo. Siguieron días de angustiosa espera, mirando
inquieta su ropa interior en cada visita al baño por si acaso la mala
noticia se materializaba en la forma del periodo. Quince días más
tarde, un lunes a primera hora, volvió a la clínica a hacerse
el análisis de sangre que determinará si la inseminación
había sido exitosa. Y aquí está, removiendo el café
y suspirando. “Bueno…”, exhala tras apurar la taza. “La
suerte está echada. No me llames. Tendrás noticias mías”.
No se sabe cuántas españolas han recurrido a la reproducción
asistida para ser madres en solitario, pero sí que cada vez son más.
Clínicas con años de experiencia, como el Instituto Valenciano
de Infertilidad (IVI), con presencia en 10 ciudades españolas, o el Institut
Dexeus, donde nació el primer bebé-probeta español, dicen
que desde 2000 los casos que les llegan se han duplicado o triplicado, pero
no existe un registro nacional. IVI Madrid, por poner el caso de una clínica
concreta, atendió en 2000 a 66 mujeres solas. El año pasado, a
200.
Profesoras de yoga, informáticas, contables, empresarias, peluqueras,
comadronas, una mujer en silla de ruedas y también políticas:
María Dolores de Cospedal, candidata del PP a presidenta de Castilla-La
Mancha, concibió a su hijo de esta forma (y declinó hablar para
este reportaje). Mujeres diferentes, pero con dos cosas en común: su
independencia económica y un deseo irreprimible de concebir –“lo
anhelaba con todas mis fuerzas”; “sentía que me moría”–.
Muchas comparten fobia a la compasión –“no soporto que piensen:
‘pobrecilla, no ha encontrado al hombre de su vida”– o no
se reconocen en el calificativo madre soltera, “porque suena a accidente;
a que un hombre te dejó embarazada y te abandonó. No es nuestro
caso. Estos niños son cien por cien deseados”, explica una de ellas.
Algunas eligen esta opción tras un divorcio, después de romper
con su última pareja –a veces viendo que no compartía su
deseo de procrear– o tras años buscando al hombre de su vida. Una
vez tomada la decisión, sacan pecho. “Yo no necesito un padre para
mi hijo. Lo que yo quiero es un hombre para mí”, confesó
una de ellas durante una charla en grupo. Lo habitual es que recurran a este
método pasados los 35 años, aunque en el foro no es raro toparse
con interesadas de 28 años que empiezan a verlo como algo más
que un plan B.
¿Por qué? Alberto Romeo, jefe del servicio de Ginecología
y Reproducción del hospital La Fe, en Valencia, y miembro de la Comisión
Nacional de Reproducción, lo explica echando mano del sentido común:
“La búsqueda del primer hijo se ha retrasado a los 30 y pico, aunque
el inicio de las relaciones sexuales sucede en torno a los 15 años. De
los 15 a los 30, una mujer normal ha tenido varias parejas. Cuando llega a la
treintena está laboralmente situada y quizá afectivamente desengañada.
Tiene confianza en sí misma, sabe que lo puede llevar sola, y prefiere
hacerlo sin el compromiso de un hombre y en un contexto social en que un alto
porcentaje de las parejas se rompen. Cuando quiera una pareja sexual, la buscará,
y cuando no, criará a su hijo sola. No tener pareja es una circunstancia,
ya no una barrera”.
Cuando llegó la hora de bautizar su foro lo tuvieron claro: “Madres
solteras por elección”; la traducción literal de la asociación
estadounidense Single Mothers by Choice, un referente mundial. Su fundadora
es Jane Mattes, una psicoterapeuta que en 1981 dio a luz a un niño tras
un encuentro sexual con un hombre que no estaba interesado en procrear, o al
menos no con ella. Ante la falta de ayuda y de referentes, Jane fundó
la asociación. Hoy tiene 4.000 socias, tres de cada cuatro madres por
inseminación de donante de semen. “En Estados Unidos ha dejado
de ser algo inusual y ocurrirá en otros países conforme evolucione
la demografía”, vaticina Manuel Trujillo, jefe de Psiquiatría
del hospital Bellevue de Nueva York.
En 1994, Mattes escribió ‘Single mothers by choice. A guidebook
for single women who are considering or have chosen motherhood’ (Three
Rivers Press), en la línea clara y directa de los libros de autoayuda.
Sirve de guía a miles de mujeres en el mundo, quizá porque no
se anda con rodeos: “Muchas hemos crecido con el sueño de enamorarnos
de un hombre maravilloso, casarnos, y criar a un hijo fruto de una relación
de amor. Para sentirte feliz siendo una madre soltera por elección tienes
que abandonar este sueño. Puede que te acabes casando más tarde,
puede que no. Puede que decidas tener un hijo y que quizá nunca te cases,
o puede que decidas no tener un hijo y poner toda tu energía en buscar
una pareja sólo para acabar sin ninguno de los dos. En esto no hay garantías”.
Mattes también da consejos muy útiles, como ahorrar lo suficiente
antes de iniciar el proceso o sacarse un buen seguro de vida que cubra al niño,
y aporta claves sobre cómo abordar la noticia con los seres queridos
o con el propio hijo cuando empiece a hacer preguntas.
Poco a poco, decenas de mujeres fueron descubriendo el foro español.
Para informarse y preguntar. Para desahogarse. “Y para que nuestros hijos
conozcan a otros niños como ellos y sepan que no son bichos raros”,
dice Chus Calvo, madre de David, de cuatro años. Unas 600 mujeres han
entrado en algún momento: “Hola a todas, me alegra haber encontrado
un grupo en el que hay tantas mujeres que piensan igual que yo. (…) Me
he quedado sin pareja, pero la idea de tener un bebé sigue más
viva que nunca”. “Soy de Cáceres, tengo 33 años y
desde hace un par de años me estoy planteando tener un hijo. Me pasa
lo que he estado leyendo, tenemos un tiempo límite y no voy a agotarlo
esperando al tipo apropiado, eso si llega, aunque me da pena renunciar a la
idea romántica de llevar un embarazo con alguien que te quiera y te cuide”.
A las diez de la mañana, después de dos horas y media, María
no pudo esperar más y llamó a la clínica para saber los
resultados de su análisis de sangre. Cuando colgó, mandó
un correo electrónico a los pocos que estaban al tanto de su nerviosismo:
“N-e-g-a-t-i-v-o… A seguir intentándolo”.
Tras la primera inseminación, las opciones de embarazo son de una entre
cuatro; un 70% lo logra al tercer o cuarto intento, cada uno de los cuales cuesta
alrededor de 1.000 euros (unos 275 para la muestra de semen). Si no lo consigue
o si tiene más de 38 años, los médicos aconsejan la fecundación
in vitro, con mayor porcentaje de éxito: un 90% logra su objetivo al
tercer o cuarto ciclo (a unos 4.000 euros cada uno). Pero con la edad las probabilidades
caen en picado, hasta el punto de que a los 44 años son de un 5% por
intento. Después, sólo queda acudir a la donación de óvulos
o de embriones, y a las madres de alquiler, ilegales en España.
Son las diez de la mañana en el banco de semen de IVI Madrid. Carlos
(nombre ficticio), rellenito, pelo largo y camiseta de Star Trek, responde al
test de rigor de todo aspirante. ¿Estudias o trabajas? “Trabajo”.
¿Por qué quieres donar? “Me parece una forma bonita de ayudar
a alguien”. Después toma el botecito que le tienden y se encierra
en una sala donde podrá estimularse con una película porno o revistas
eróticas.
Cuando se va, un técnico analiza una gota de la muestra. Para pasar la
prueba deberá tener al menos 150 millones de espermatozoides con una
movilidad del 50%. La exigencia es necesaria: después se congelará
durante seis meses a –196º grados para descartar el sida y otras
enfermedades. Muchos espermatozoides morirán y la movilidad de los supervivientes
se reducirá al 15%. Simón Marina, director del primer banco de
semen de España, el Instituto Cefer, dice que, a pesar de la juventud
de los donantes (por norma, universitarios de 19 a 25 años), cada vez
menos pasan la prueba: “Entonces, la mitad. Hoy, una de cada cinco”.
En el bote de Carlos había 250 millones de espermatozoides saludables.
Si decide seguir, deberá acudir a donar una vez a la semana durante seis
meses, a razón de 40 euros la muestra en compensación por las
molestias, ya que en España está prohibido comprar semen. Después,
los médicos inseminarán con su muestra a parejas heterosexuales
con problemas de fertilidad, a lesbianas o a mujeres como María hasta
un máximo de seis niños nacidos para evitar consanguinidades desconocidas;
un límite “excesivo”, según Marina.
Eso, del lado de los donantes. Las aspirantes sólo podrán elegir
unos rasgos generales: raza, color de piel, pelo y ojos, altura y peso estimado.
Cuanto más parecidos a los suyos, les explican, más probabilidades
de que el niño se le parezca. “A todas les gustaría que
midiera 1,90 y fuera guapo, deportista y de ingeniero para arriba. Pero les
hacemos ver que la genética no es tan determinante y que lo importante
es el grupo sanguíneo y que el niño nazca sano”, dice Alberto
Pacheco, de IVI Madrid.
Esa es la situación en España, donde la donación es estrictamente
anónima y sólo se puede revelar por orden judicial o en caso de
peligro de muerte del niño. Aunque quiera, alguien nacido por este método
no puede conocer la identidad de su padre biológico, una cuestión
controvertida con opiniones enfrentadas: ¿qué prima más,
el derecho al anonimato del donante o el del niño a conocer el origen
de sus genes? En Inglaterra, tras este debate, se modificó la ley y los
hijos pueden conocer la identidad del donante al cumplir los 18 años.
¿Resultado? Apenas hay donantes y muchas inglesas acaban en España.
También vienen francesas (solteras y lesbianas no pueden recibir semen
de donante) e italianas (sólo se puede donar esperma de la propia pareja).
El reverso de la moneda es Estados Unidos. Allí, por un módico
precio, casi todo es posible: saber qué estudió el donante, sus
notas, oír su voz, ver una foto actual (hay quien necesita ponerle cara
al progenitor de su futuro hijo) y de la infancia, o, como piden a menudo las
mujeres judías, saber si tiene ascendientes de su fe. Los donantes, por
su parte, pueden elegir ser anónimos o permitir que el niño le
conozca cuando sea mayor de edad. Single Mothers by Choice ha abierto un registro
para que, con ayuda del código de donante, las madres de niños
nacidos de un mismo hombre puedan contactar. Algunas organizan encuentros para
que sus hijos conozcan a estos peculiares hermanastros.
Aquí, todo esto suena muy lejano y las entrevistadas parecen cómodas
con el sistema español. “Me cuesta hacerme a la idea de que hay
un hombre detrás de todo esto”, confiesa una. ¿Y el parecido
físico? Cosa del azar. David, el hijo de Chus, es pelirrojo e idéntico
a ella. Andrea y Pablo, rubios y de ojos azul rabioso, no se parecen a Julia
Bernardos, que se lo toma con humor. “Serán de algún americano’,
me dice mi padre”.
Semanas después del primer negativo, María volvió a la
carga. De nuevo las hormonas, la angustia y los altibajos, más fuertes.
Durante la espera pasó un fin de semana en la playa con otras 11 mujeres
del foro: cuatro mamás, dos embarazadas, y seis en su misma situación.
Además de ponerse cara y pasarlo en grande, trataron temas pendientes,
como la posibilidad de cambiar de nombre. “Familias marentales”,
propuso una. “Mamás solateras, ni solas ni solteras”, dijo
otra. También discutieron los pasos a seguir para erigirse en asociación,
sobre todo para pedir ayuda económica, pues no reciben ninguna y crían
a sus hijos con un solo sueldo.
A la semana del viaje, María se hizo el análisis. Poco después
llegó el e-mail, un escueto “negativo”. Tomó aire,
repasó sus angustias con el psicólogo de la clínica, y
días después, más tranquila, recomenzó. Tercer intento
en tres meses. Esta vez, el día que se hizo el análisis la llamé
al móvil. María estaba en la oficina y saludó con un susurro.
Sigilosa, se encerró en un despacho vacío y, por fin, chilló
de alegría.